Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Por eso, dentro de muy poco, en España, los fumadores veran las conseucentias del tabaco en cada cajetilla de cigarrillos. Fotos verídicas de  la cruda realidad de los efectos del tabaco.

 


 








 

Blue in the face (1995)

 

La mayoría de fumadores han intentado dejarlo, al menos, una vez. Ese momento, de fumar el último cigarro, es el principio del fin de una vida encadenado a la nicotina. Y nunca mejor dicho, una manera de empezar de nuevo pero con "los humos bajados".

Mayo 2010 - Alejandro C.

Leía el periódico, con el aire distraído que trae la actualidad de lo que ocurre en otras partes lejanas o cercanas, cuando me encontré la historia de… vaya, sin  nombre es difícil llegar a imaginar lo que esconde la historia de un hombre que murió por un cigarro.

 
Manía periodística no poner nombre al rostro de un suceso y, sin nombre siempre queda imaginarse uno, aunque eso, quizás desvirtúe los hechos. Eso sí, no más de lo que el redactor o becario hayan desdibujado de por sí lo que pasó en realidad.

No es que el tabaco lo matara poco a poco. Ni tan siquiera es que sus pulmones se llenaran de ese humo, infernal y maravilloso, que calma las toses crónicas e hiciera que la vida se le escapara entre los dedos, no.

Un cigarro lo mató, al menos eso decía la prensa, claro que, quién se fia de la prensa hoy en día.  Gente que ha muerto por un cigarro hay mucha, bueno la había. Y es que, quién no ha salido en plena noche de su casa a la búsqueda y captura de un cigarrillo. Muchos decidieron no volver y hay quien, incluso, perdió la  vida en ello.
 
A la memoria me viene el recuerdo de Manuel Castro, marchó de su casa a por un cigarro y ya está declarado muerto. A su hermano David lo atropelló un coche en una gasolinera cuando salía de comprar un paquete de tabaco. Había comprado más cosas pero, después de la desaparición de su hermano, era más fácil culpar a los cigarrillos de tan fatal desenlace. Así se contribuyó magnificar la leyenda negra del tabaco.
 

 
Recuerdo que mi abuelo, gran cardiólogo él, decía  que mata más una barriga desproporcionada que un paquete al día. El fumaba tabaco de liar, vamos, tabaco de hombres. Murió de un cáncer de pulmón y fumó hasta el último día de su vida. Ahora bien, antes que él murieron muchos de sus amigos más jóvenes y libres de tabaco pero con una redondez hermosa y hermosa. Todavía recuerdo como aspiraba con fuerza mientras me contaba la historia de Pedro Molís, que también lo mató un cigarro.
 
Pedro Molís era un hombre sencillo atado a la boquilla de un cigarro. Lo vieras a la hora que lo vieras, entre sus dedos colgaba siempre un cigarrillo. Hay quien dice que cuando nació en vez de llorar pidió con un gesto un cigarro.

En la escuela fue el primero. Mientras los niños de su edad jugaban a las canicas, él ya era el amo y señor de los baños. Los mayores le respetaban y durante un tiempo fue el estanquero mayor de la escuela vendiendo cigarrillos sueltos a quien quisiera hacerse hombre. Y es que Pedro Molís tenía alma de empresario.

Como no podía ser de otra manera, se casó con la hija de la estanquera. Ahí pensamos todos que el destino había sonreído a Pedro Molís. Y de hecho así fue.

Durante más de 40 años Pedro y su cigarro fueron felices de su casa al estanco y del estanco a su casa. Por el camino tres hijos y nada de lo que quejarse. Después, un día sin más, murió su mujer, sin embargo a Pedro Molís le quedaba su tabaco. Poco después, sus hijos le llevaron al médico y a partir de ese día, le prohibieron fumar. Un cigarro más y no lo cuentas Pedro... Y Pedro Molís ya no fue Pedro Molís, se convirtió en un hombre sin cigarro, en un hombre sano. Se encogió sobre sí mismo, poco a poco, y cada vez era más una sombra de lo que fue. Pero sano, eso sí.

Todos pensamos que eso sería su muerte y todos nos equivocamos. Un día, volviendo a casa, el nuevo Pedro se encontró un cigarro en el suelo y, sin pensarselo dos veces, se agachó a recogerlo con tan mala fortuna que le atropelló una furgoneta de reparto. Como el destino es así de cochino, se trataba de una furgoneta de reparto de tabaco.



Lo más triste hijo, me solía decir mi abuelo, es que al pobre Pedro no le dejaron fumarse el último cigarrillo de su vida. Y eso, eso es muy, pero que muy, jodido.
 
Volviendo a la prensa, resulta que si vencemos la pereza y leemos la noticia del hombre al que mató un cigarro, pues resulta que murió de un infarto. Ahora bien, discutía en ese momento por un cigarro...

El hombre, de 57 años, se enzarzó con un tipo que le recriminó, en la barra del bar, que se encendiera un cigarro después de comer. Indignado, pues llevaba fumando ese maravilloso cigarro desde hacia casi veinte años, no pudo soportar la presión anti-tabaco y murió en el acto. 

Puede que estemos ante la primera víctima documentada de las cruzadas anti-tabaco. Es curioso, un estado que impide fumar en todo lugar y sin embargo, llena sus arcas con los impuestos del tabaco. Una de las maravillosas paradojas de la vida... una de tantas.

Y yo aquí sentado, me pregunto si podré volver a fumarme un cigarro, tranquilo, sin sentirme un delincuente. Aunque la verdad y visto así, fumar en la clandestinidad siempre ha sido mucho más grato que hacerlo a pecho descubierto.

Y si Pedro Molís viviera ahora se encandalizaria. Resulta que, en los estancos está prohibido fumar, en el trabajo, en tu propia empresa y dentro de nada, te tendrás que fumar los cigarros escondido en el baño de tu casa, como si tuvieras 15 años.
 


 
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