What’s good 
Lou Reed
 Magic and loss (1993)




Caroline says II 
Lou Reed
Berlin (1973)

 

Koldo García escribía en el ordenador

Llueve un cielo grisáceo. El sueño ha sido esquivo como si hubiera querido contrarrestar la placidez de las pasadas noches. Los paraguas puntean desafiantes y yo aquí sentado delante del ordenador...
 creo recordar, pero no se exactamente qué.

Crepita la ventana azulada. El recuerdo se cose con humo de tabaco. Una maraña de pensamientos inconexos. Unas miradas se rehuyen entre charcos, otras buscan sin encontrar mientras  yo aquí sentado...
creo recordar pero no se exactamente qué.

Los árboles se doblegan. Los pensamientos rugen atrapados esperando una liberación que el cielo anuncia sin sosiego. Las luces de la ciudad parpadean y yo aquí sentado creo recordar, pero no se exactamente que...

Importa bien poco

Mayo 2010 - Alejandro Cantó

El principio del fin de la vida es ese momento olvidadizo que va del si al no. La negación de esa vida lleva a la afirmación de la muerte.

Existen dos tipos de muerte: la que respeta el paso del tiempo y la que lo violenta. Cuando pensamos en la vida de una persona desde que nace hasta que muere establecemos casi sin querer la velocidad de la muerte.
La muerte empieza cuando nacemos y su velocidad depende del espacio y del tiempo de nuestra vida. Cuando se produce una muerte brusca o violenta es porque ha intervenido en el ir y venir de la vida otro elemento que Yo gusto de llamar casualidad, llega sin avisar y suele ser un error. La casualidad es jodida muy jodida y si no que se lo pregunten a Koldo García...
Toca cuando tiene que tocar, de eso no hay duda aunque, en verdad, dudas.

 

Imaginad la noche en un portal de una calle en el casco antiguo de la ciudad. ¿Cuál? Imaginad. Hay una puerta pesada, una portería espaciosa.

No encendemos la luz, a Koldo le gusta la oscuridad. Sus primeros siete pasos rompen el silencio al rebotar en las paredes desnudas y el techo alto antes de llegar a las escaleras pero con el mp3 en marcha no los escucha.

Primer escalón. Es el comienzo:

 




Una batería, una guitarra, un bajo y un ritmo acompasado. Segundo escalón, tercero y cuarto, Lou Reed no canta ni recita pero asegura que  “La vida es como un refresco de mayonesa, como un espacio sin sitio, como el bacon con helado, así es la vida sin ti”.

 

La canción suena a tristeza por la pérdida y no deja de hacerlo. “La vida es como estar haciéndose eternamente, pero la vida es comerciar siempre con el dolor, ahora la vida es como la muerte sin haber vivido, así es la vida sin ti”. Así transcurren los primeros 26 escalones.

Un rellano. Cuatro pasos. Una puerta a la espalda y otra en frente que nuestro hombre deja sin mirar atrás.

La vida no es tan triste piensa Koldo, es cierto que muchas veces te sientes vacío pero hasta ese vacío te hace compañía. Si.

“La vida es como leerle sánscrito a un poni. Te veo con el ojo de la mente ahogándote con tu lengua. ¿De qué sirve tal devoción?” De poco cree Koldo, la religión nunca ha sido santo de su devoción.

Sin embargo no está muy de acuerdo cuando el viejo Lou asegura que ha visto mundo, sabe como funcionan las cosas y son así de jodidas. Las cosas son diferentes para cada uno, piensa Koldo, cuando abra la puerta de casa, su hijo gritará por el pasillo a la carrera; papá, papá. Esa es la felicidad.

Segundo piso. Cuatro pasos, puerta a la espalda y puerta en frente que Koldo deja atrás. Sigue el ascenso, escalón tras escalón, y no es a los cielos. Sonríe. Le han subido el sueldo. Ya tocaba. Podrá darle a su familia una casa mejor, lejos de la vorágine del asfalto, lejos de las luces amarillas, lejos de los claros oscuros de las esquinas. Han sido años dificiles desde que llegaron a la gran ciudad pero han sabido aguantar, han sabido aceptar la vida que les ha tocado vivir.

La sonrisa de Koldo se borra al escuchar: “de que sirve la guerra sin muertos, de que sirve la lluvia hacia arriba, de que sirve la enfermedad que no te dolerá”. Y hace coros con un gallo: “de nada, supongo, de nada en absoluto”. Suena a sentencia, quizá a lamento por el absurdo. Las palabras rebotan en las paredes y se pierden en la altura dejando de nuevo en soledad el deslizar de sus zapatos sobre los escalones.


"¿De qué sirve?" Tercer piso. Un rayo de luz atraviesa la oscuridad.
"¿De que sirve?" Alguien se ha dejado una puerta entornada.
"De nada en absoluto" Se abre esa puerta. 
Un ruido ensordecedor. “La vida sirve… pero no es nada justa”. Un grito desahogado de mujer mezclado con un sollozo. Huele a pólvora. Vemos a Koldo echado en el suelo con un disparo en la cabeza.
“La vida sirve pero no es nada justa”.


El MP3 permanece en silencio mientras no podemos dejar de mirar a esa mujer que se ha convertido en la casualidad de la muerte de Koldo.

Un piso más arriba una esposa espera a su marido. Un hijo espera a su padre. Los dos esperan en balde. 

Posiblemente no entiendan nunca que la muerte brusca es incomprensible aunque tengamos el espacio, el tiempo y por consiguiente la velocidad, y les demos una explicación física, sin fisuras, cierta y verdadera.




 

Suena un arpegio en una guitarra acústica con una suavidad hiriente, mientras la mujer, con la cabeza entre las rodillas, llora llena de rabia. Se siente liberada. Se llama Carolina. La guitarra se mezcla con las lágrimas y las lágrimas con una voz triste que esta vez recita y canta.

Rebobinemos el universo unos minutos. Al menos quince pero dejad sonar el mp3.

Vemos a Carolina dentro de su casa en el tercer piso. Está tirada en el suelo. A duras penas se levanta con temblores en las piernas mientras pregunta: “¿por qué me pegas?” Hay un hombre de pie que se ríe y le dice: eres patética. De pie, orgulloso, posa como cuando se graduó en la academia de policía. “Carolina no tiene miedo a morir” pero está cansada del alcohol y las drogas.
  

Fue bonito mientras hubo dulzura.
Fue bonito mientras compartían jeringuilla.
Fue bonito mientras se reían.
Fue bonito mientras se colocaban y viajaban de la mano.
Fue bonito... y acabó.


Fue entonces cuando sus amigos se preguntaban en que estaba pensando y ella creía estar lejos, en un lugar lleno de paz donde el ruido es el "no sonido".

Oímos un piano y una batería. El hombre descarga otro golpe al son de la caja. Quizá también suenan violines y una viola como si se tratara de un infierno dulce.

“Carolina dice mientras se levanta del suelo de nuevo: puedes pegarme todo lo que quieras pero ya no te quiero”. Puta, balbucea ese hombre antes de coger la puerta y marcharse.

Queda ella sola, mirándo a un espejo, “intentando maquillar ese ojo violeta, se muerde el labio y piensa que la vida ha de ser más que esto y esto es una mierda”. Hay determinación en ese pensamiento.

Él volverá en cualquier momento, siempre lo hace, pero esta vez Carolina esta preparada. Una beretta reglamentaria y percutada.

La respiración agitada junto a la puerta entornada Pasos en la escalera y un tararear… Carolina mira y ve a un tipo feliz. Ese cabrón no me pegará más, piensa, es un hijo de puta que merece morir. El resto ocurre muy rápido y el desenlace que conocéis es fatal.

Volvemos a ese rellano con Koldo tendido en el suelo y Carolina sentada a su lado. Llora y llora sin saber que ese no es su hombre, es el hombre equivocado. Al escuchar la música del mp3 se fija en el abrigo del cadaver. La liberación anterior se torna agonía y congoja.

 


Ojalá pudiera irse lejos, piensa, a un lugar donde reina la paz. Alaska quizás, donde el ruido es el "no sonido". Se oyen unas campanillas que suenan a resignación por la condena.

“Hace mucho frío en Alaska. Hace mucho frío en Alaska”.

Los violines se marchan, el piano se ahoga. Es el fin. Después nada más.

 


 
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