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Mayo 2010 - Kehyna Diderot
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El Alfa y la Omega, el principio y el fin, la eneada… La puerta al nacimiento de la conciencia a través de las nueve esferas, los nueve meses de gestación. Este es el 9; el primer cuadrado de un número impar. Su busqueda es la razón de ser y también la frustración infinita. El principio y el fin…
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Más de una vez pensó que era más dulce de lo que podía imaginar. Más de una vez detuvo sus pasos frente a su ventana, para ver la silueta que dibujaban 9 rayos de la tenue luz de una lamparilla. Más de una vez pensó que, si había más como ella, no debían quedar ángeles en el cielo. |
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Muchas veces intentó decírselo, demasiadas veces la siguió, a través de las cansadas calles de la ciudad. En total 9 calles desde su casa, sólo para ver el suelo que pisaban sus altos tacones, incapaz de llamarla, de preguntarle su nombre, de decirle que le daría todo a cambio de su mirada. Cada tarde se sentaba en la cafetería, enfrente del lugar donde ella trabajaba, el número 9 de esa calle, para verla entrar, y bebía un café tras otro hasta que notaba el bombeo de la sangre en sus sienes. A las 9 de la noche, la veía salir y, sin prisas, pagaba sus 9 cafés y la seguía de nuevo hasta su casa. Así la protegía de cualquiera que pudiese querer hacerle algo. Era lo único que quería, protegerla siempre, quedarse a su lado y luchar contra todo lo que la hiciese llorar, lograr que nunca más se apagase su sonrisa. |
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Había demasiadas casualidades que le habían hecho llegar hasta ella. El 9 era el culpable, ese número que siempre fue su amuleto, que siempre le siguió y que le trajo alegrías y penas. 9 de septiembre fue el día que nació su hijo, hacía ya tanto tiempo y 9 eran las puñaladas que habían acabado con la vida de su mujer sólo unos meses después.
El día que salió a dar un paseo y vio a aquella mujer extraña, con esos altos tacones, salir del 9 de su misma calle, supo que ella era diferente, que era su sino. El destino le hacía un guiño en forma de número.
La miraba a escondidas porque temía que le ocurriese lo mismo que a su difunta mujer si hablaba con ella. No había vuelto a hablar con nadie desde entonces, pero aunque ella no supiese nunca quien era, él la cuidaría por siempre. |
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Desde que la vio la primera vez, a horas tan tempranas de la mañana, no podía quitársela de la cabeza. Por las noches, lloraba desconsolado, a solas, desesperado, pensando en ella, con la que nunca podría hablar. No conocía su nombre, ni de qué trabajaba, ni sus gustos, sólo tenía un número, unos altos tacones y una puerta por la que desaparecía durante 9 horas al día, un rato por la mañana y otro por la tarde. Nunca sabría nada más de ella, y eso le dolía en lo más profundo de su alma, como si le pegasen hierro candente en el corazón.
Más de una vez pensó en acercarse a ella, en presentarse aunque pareciese un loco. Más de una vez pensó en que la vida a su lado debía ser como vivir en el cielo. Más de una vez, hasta 9, trató de frenar su dolor mientras empuñaba un cuchillo en una mano y le tapaba la boca con la otra para que nadie la oyese gritar.
Se fue llorando de aquel lugar cuando la vio tirada en el suelo, con 9 puñaladas en el pecho y la vida esfumándose entre sus propias manos.
Nadie entendería qué le habría pasado a una chica tan normal, que nunca se metía en líos. Ni siquiera lo entendía él, que continuaba con el cuchillo ensangrentado en la mano, temblando y preguntándose porqué lo había vuelto a hacer con la mujer de su vida.
No había respuestas, era el destino. Sólo había un número. 9. Sólo le quedaban siete y podría vivir tranquilo. |
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