Novena carta del tarot
Incapacidad para enfrentarse a los hechos.
Juicio incorrecto, invalidez.






En el año 9 de nuestra era, el Rhin se estableció como el primer “muro de Berlin" al separar dos mundos, en este caso, el latino y el germano.






Cuentan que John Lennon
 vivió una época obsesionado con el 9.
Así deja constancia en el tema experimental Revolution 9, recojido en el Disco Blanco de  los Beatles, el año 1968.
 

Mayo 2010 - Kehyna Diderot

El Alfa y la Omega, el principio y el fin, la eneada… La puerta al nacimiento de la conciencia a través de las nueve esferas, los nueve meses de gestación. Este es el 9; el primer cuadrado de un número impar. Su busqueda es la razón de ser y también la frustración infinita. El principio y el fin…

 
Más de una vez pensó que era más dulce de lo que podía imaginar. Más de una vez detuvo sus pasos frente a su ventana, para ver la silueta que dibujaban 9 rayos de la tenue luz de una lamparilla. Más de una vez pensó que, si había más como ella, no debían quedar ángeles en el cielo.
 
 Muchas veces intentó decírselo, demasiadas veces la siguió, a través de las cansadas calles de la ciudad. En total 9 calles desde su casa, sólo para ver el suelo que pisaban sus altos tacones, incapaz de llamarla, de preguntarle su nombre, de decirle que le daría todo a cambio de su mirada. 
 
Cada tarde se sentaba en la cafetería, enfrente del lugar donde ella trabajaba, el número 9 de esa calle, para verla entrar, y bebía un café tras otro hasta que notaba el bombeo de la sangre en sus sienes. A las 9 de la noche, la veía salir y, sin prisas, pagaba sus 9 cafés y la seguía de nuevo hasta su casa. Así la protegía de cualquiera que pudiese querer hacerle algo. Era lo único que quería, protegerla siempre, quedarse a su lado y luchar contra todo lo que la hiciese llorar, lograr que nunca más se apagase su sonrisa.
 
Había demasiadas casualidades que le habían hecho llegar hasta ella. El 9 era el culpable, ese número que siempre fue su amuleto, que siempre le siguió y que le trajo alegrías y penas. 9 de septiembre fue el día que nació su hijo, hacía ya tanto tiempo y 9 eran las puñaladas que habían acabado con la vida de su mujer sólo unos meses después.

El día que salió a dar un paseo y vio a aquella mujer extraña, con esos altos tacones, salir del 9 de su misma calle, supo que ella era diferente, que era su sino. El destino le hacía un guiño en forma de número.

La miraba a escondidas porque temía que le ocurriese lo mismo que a su difunta mujer si hablaba con ella. No había vuelto a hablar con nadie desde entonces, pero aunque ella no supiese nunca quien era, él la cuidaría por siempre.
 

 
Desde que la vio la primera vez, a horas tan tempranas de la mañana, no podía quitársela de la cabeza. Por las noches, lloraba desconsolado, a solas, desesperado, pensando en ella, con la que nunca podría hablar. No conocía su nombre, ni de qué trabajaba, ni sus gustos, sólo tenía un número, unos altos tacones y una puerta por la que desaparecía durante 9 horas al día, un rato por la mañana y otro por la tarde. Nunca sabría nada más de ella, y eso le dolía en lo más profundo de su alma, como si le pegasen hierro candente en el corazón.

 

Más de una vez pensó en acercarse a ella, en presentarse aunque pareciese un loco.
Más de una vez pensó en que la vida a su lado debía ser como vivir en el cielo.
Más de una vez, hasta 9, trató de frenar su dolor mientras empuñaba un cuchillo en una mano y le tapaba la boca con la otra para que nadie la oyese gritar.

Se fue llorando de aquel lugar cuando la vio tirada en el suelo, con 9 puñaladas en el pecho y la vida esfumándose entre sus propias manos.

Nadie entendería qué le habría pasado a una chica tan normal, que nunca se metía en líos. Ni siquiera lo entendía él, que continuaba con el cuchillo ensangrentado en la mano, temblando y preguntándose porqué lo había vuelto a hacer con la mujer de su vida.

No había respuestas, era el destino. Sólo había un número. 9. Sólo le quedaban siete y podría vivir tranquilo.
 


 
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